S- Capítulo II por Sol Rezza

S- Capítulo II por Sol Rezza

Publicado en la Revista Sonograma 10 año 2011

El silencio es el inicio, la mente quieta.

El término chino chan o channa (zen en japonés) es una versión fonética del sanscrito dhyana, que suele traducirse como “meditación”. Algunos maestros chan utilizaron el silencio para expresar la idea del “wu” o “primer principio”. Se dice que el monje Huizhong fue a discutir con otro monje sobre el wu,  pero simplemente se sentó y quedó en silencio. Entonces el segundo monje le dijo a Huizhong:- Hágame el favor de proponer su tesis para que yo pueda argumentar. Huizhong replicó:- Ya he expuesto mi tesis. El monje pregunto:- ¿Cuál es? Huizhong dijo:- Sé que está más allá de su comprensión y diciendo esto, se levantó. [DaoYuan, 1935].

Eeva Tervala © Weavers 2002-2004 InstallationEeva Tervala © Weavers 2002-2004 Installation

La tesis que expuso Huizhong fue la del silencio. El primer principio (wu) no es algo que pueda describirse con palabras, la mejor forma de exponerlo es mediante el silencio. Al darle un nombre o una definición, un signo, inmediatamente se le impone un límite.

Para Parménides el silencio pertenecía al ámbito del No Ser. «No se puede pensar ni decir lo que no es», sin embargo desde el punto de vista de la semiótica podemos expresar que todo aquello que decimos o pensamos, por el sólo hecho de decirlo o pensarlo, ya es. Es decir, que todo aquello a lo que damos sentido pensándolo y/o diciéndolo,  pasa automáticamente a integrar el reino del Ser.

Para describir lo indescriptible, para definir lo que no podemos definir utilizamos el silencio. Para poder expresar todo aquello que No Es empleamos el silencio como algo que Es.

Pero ¿podemos describir el silencio?, ¿podemos encontrar el silencio?, ¿podemos recrear un silencio que sea percibido como ese silencio que contiene al mundo?

Tanto en la literatura como en la música muchos autores hacen referencia al silencio, a ese silencio indescifrable, a ese silencio individual, a ese silencio que Es.

Existe una necesidad de compartir esa experiencia personal que damos en llamar silencio, esa experiencia propia de todo ser humano que es inexpresable mediante símbolos lingüísticos. Un silencio que  es fundamental en nuestra vida, tanto individualmente como colectivamente, que forma parte de cualquier estructura que hemos forjado para entender nuestra realidad; y sin embargo, como el entendimiento  se encuentra sometido a diversas lecturas de lo que damos en llamar realidad y depende de la experiencia propia de cada ser humano.

¿Qué es la mente quieta?

Para contestar esta pregunta es necesario que cada persona, en el ámbito individual, indague sobre qué significa para sí la “mente quieta o quietud de la mente”. Cada ser humano deberá crear su propio concepto, un  concepto que parte de las experiencias propias, del mundo que lo rodea, de la subjetividad de su opinión, de las vivencias que esté experimentando al momento de hacerse la pregunta.

Lo único que sabemos acerca de lo que damos en llamar aquí “mente quieta” es que no existe una fórmula, una unificación de criterios, un enunciado. Quizás existen ciertos caminos que al parecer pueden acercarnos a ese estado de la mente con más facilidad; pero algo es seguro, de lo que estamos hablando es de una experiencia propia y como tal es intransferible.

Sin embargo preguntarnos ¿qué es para nosotros “la mente quieta”? puede darnos varias respuestas y despertar nuevas preguntas.

Elegí el término “mente quieta” partiendo de idea  que lo que solemos llamar “quieto” suele estar en constante movimiento. Nada de lo que vemos o percibimos se encuentra estático, se compone de algo sólido; todo lo que hay a nuestro alrededor son moléculas en constante movimiento, que cambian, se regeneran y toman nuevas formas. Lo que vivimos, lo que existe a nuestro alrededor, son cúmulos de energía.

El análisis de la energía ha sido estudiado por diferentes disciplinas: las matemáticas, la filosofía, la física, las religiones, el arte, etc. Esta energía de la que hablamos, se encuentra en constante movimiento, es la misma que hace que una nave espacial vaya hasta Marte, es la que enciende el fuego, la que mueve nuestro cuerpo.

El teatro es una de las disciplinas artísticas que ha estudiado de manera más exhaustiva las formas de la energía, sobre todo las formas que la energía toma respecto del cuerpo.

« [En el teatro] al igual que en la física la energía no debe degradarse, ni desaprovecharse, también en el actor es necesario construir una especie de oposición que como un dique sea capaz de retener la energía constantemente producida y renovada por el actor. Esto es el tamé.

Tanto en el teatro japonés Nô como en el Kabuki existe la expresión tamerú, que puede representarse por un ideograma chino que significa acumular, o por un ideograma japonés que significa doblar, en el sentido de doblar algo al mismo tiempo flexible y resistente, como por ejemplo: una caña de bambú. Tamerú indica el retener, el conservar. De ahí el tamé la capacidad de retener las energías, de absorber en una acción limitada en el espacio las energías necesarias para una acción más amplia…

La energía en el tiempo se manifiesta por tanto a través de una inmovilidad recorrida cargada por la máxima tensión: es una calidad especial de energía que no está determinada necesariamente por un exceso de vitalidad, ni por el empleo de movimientos que desplacen al cuerpo. En las tradiciones orientales el verdadero maestro es el que está vivo en la inmovilidad» [Eugenio Barba, 1988].

Propongo llevar esta inmovilidad de la cual habla Eugenio Barba al campo del silencio y por ende, también, al de los sonidos y los sentidos.

Las distintas formas de escucha[1] serán, para nosotros, el espacio donde se manifieste la energía. La observación, nuestra herramienta para el aprendizaje.

El filósofo Jiddu Krishnamurti (1895-1986) mantuvo una teoría respecto de la quietud de la mente, los silencios y la observación.

Krishnamurti se preguntaba si es la observación el instrumento del pensar y no conforme con ello se preguntaba ¿existe observación sin movimiento del pensar? Podemos observar  y a partir de dicha observación concebir y crear, tal creación es el proceso del pensamiento. Pero para llegar a ese proceso del pensamiento, el cual surge de la observación, ¿es necesaria la disciplina?

La raíz de la palabra disciplina quiere decir aprender. Aprender no significa amoldarse, imitar; sino estudiar el modo en que el movimiento del pensamiento interfiere con la observación, es decir, prestar atención a todos nuestros sentidos, nuestro cuerpo, nuestra mente frente a la observación. Ser consiente de lo que sucede en nosotros frente a lo que estamos observando.

Para la mayoría de nosotros aprender significa acumular conocimientos para luego actuar a partir de estos. Esta acumulación de conocimientos se ve afectada inevitablemente por el paso del tiempo, por el pasado y por el futuro. Sin embargo la observación es un proceso que no requiere del pasado ni del futuro, sino del presente inmediato. “Observar lo que en realidad está ocurriendo”.

Krishnamurti dice que para “observar la realidad que está ocurriendo” es necesario estar libre de ilusiones y deseos. Pero ¿qué significa estar libre de ilusiones y deseos?; lisa y llanamente no esperar nada de esa observación, simplemente observar. No fatigar nuestra mente con cosas como: deberíamos observar de tal o cual forma, con disciplina, con la intensión del entendimiento, con límites. En pocas palabras, hacer del acto de observar algo simple.

«La mente no es sólo la facultad de pensar con claridad, de manera objetiva e impersonal; es también ver que la mente posee la capacidad de actuar no a partir del pensamiento, sino desde la observación pura. Para observar lo que verdaderamente ocurre, uno debe mirar sin que la respuesta del pasado moldee su mirar» [Krishnamurti, 1979]

La mente tiene la cualidad de la inteligencia, la cual va acompañada de la claridad y por lo tanto de la estabilidad.

«Y lo que es estable es silencioso. Tenemos que ser absolutamente claros a este respecto. Esa claridad es estabilidad; esa claridad puede luego examinar cualquier problema. Sin esta claridad la mente es confusa, contradictoria, fragmentaria; es inestable, neurótica, está siempre buscando, compitiendo, esforzándose. Llegamos, pues, a un punto en que la mente es por completo clara y, por lo tanto, totalmente inamovible. Inamovible no en el sentido de una montaña, sino en el sentido de que está por completo exenta de problemas, por lo tanto, es extraordinariamente estable y, no obstante, es dúctil.

Ahora bien, una mente así es una mente quieta. Y ustedes necesitan tener una mente que sea absolutamente silenciosa (absolutamente, no relativamente). Existe ese silencio de cuando paseamos una tarde por el bosque; todos los pájaros están callados, el viento y el murmullo de las hojas han cesado, hay un silencio externo. Y la gente observa ese silencio y dice:- Debo tener una cosa así, y entonces depende de ese silencio que proviene de estar solos, apartados. Pero eso no es silencio. Ni lo es el silencio creado por el pensamiento que dice: Debo estar silencioso, debo estar quieto, no tengo que parlotear. Pero tampoco es silencio, porque es el resultado del pensamiento operando sobre el ruido. Estamos hablando de un silencio que no depende de nada. Es sólo esta calidad de silencio, este silencio absoluto de la mente, el que puede ver todo aquello que es eterno, intemporal, innominable. En sí, eso es la meditación». [Krishnamurti, 1979]

Si meditar es poner la mente quieta, entonces la meditación no es una disciplina, sino algo que ocurre en el momento de la observación.

Volvamos entonces al silencio, la energía, los sonidos y los sentidos. Volvamos a la escucha.

En la materia sonora se han estudiado las distintas estrategias de escucha respecto del sonido y del sujeto que escucha ese sonido.

Así es como sabemos que oír no es lo mismo que escuchar. Que  la acción de escuchar comprende una “intención” por parte de quien escucha; a su vez que esta acción conlleva una  “atención” la cual se centra en lo que ocurre con el sonido. También sabemos que se identifica un “entendimiento” cuando se escucha y no sólo se oye. Este “entendimiento” responde a un proceso selectivo dónde unos sonidos son preferibles a otros y por lo tanto esto hace que prestemos atención a lo que escuchamos. Después del “entendimiento” viene la “comprensión” de lo percibido.

Desde Platón, pasando por Heidegger, John Cage, Barry Truax, Carmen Salgado Pardo  y otros tantos y tantas conocidos, y no tan conocidos, y no por eso menos importantes, han analizado los modos de escucha, han alentado a nuevas formas de escucha del mundo que nos rodea.

Denis Smalley propone tres modos de escucha; el indicativo: donde el auditor considera al sonido como un mensaje, el interactivo: donde el sujeto explora las cualidades y estructuras de objeto sonoro[2] y el reflexivo: el cual se basa en las observaciones emocionales que tiene el sujeto frente a lo que está escuchando.

François Delalande exalta otras tres conductas auditivas; la taxonómica, que se manifiesta a través de la tendencia, por parte del sujeto que escucha, a distinguir grandes unidades morfológicas tales como secciones y hacer una lista mental de ellas; la conducta figurativa, donde el auditor tiende a pensar que los sonidos evocan algo que se mueve y que está vivo y presta su atención a los detalles sobresalientes del sonido; y finalmente, la conducta enfática, donde el sujeto presta atención a las sensaciones, producto psicológico del sonido.

El compositor francés Pierre Schaeffer propuso el término de escucha reducida donde el oyente escucha los sonidos por su propio valor, es decir, la atención de quien escucha se centra en el objeto sonoro que se está escuchando y no en su significado.

La audición reducida consiste en descartar de la percepción auditiva todo lo que no le es propio, de manera que se llegue a escuchar solamente el sonido puro, en toda su dimensión. Tanto la audición reducida como el objeto sonoro se definen mutuamente como la actividad y el objeto a percibir.

La observación de la que habla Krishnamurti, esa observación sin prejuicios, ese silencio absoluto al que se refiere es, sin duda alguna, aplicable a la escucha y a la escucha reducida. La escucha es parte de ese silencio y de esa observación.

Escuchar no sólo debe ser visto desde el punto de cómo escuchamos y qué es lo que escuchamos, sino que necesita de la observación de todo lo que nos pasa frente a lo que escuchamos, de cómo nos afectamos por esos sonidos y por esa falta de sonidos, de cómo reacciona nuestro cuerpo, nuestro entorno, nuestros sentidos. La escucha es un TODO. En este escuchar-observando necesitamos deshacernos de la atención que requiere saber qué es lo que escuchamos, qué emite el sonido; requiere desaprender, deshacernos del entendimiento y de la noción de sonido y sus significados.

Continuará…


  • [1]El deep listening es una disciplina que estudia las formas de escucha, esta rama de análisis comprende la escucha desde diferentes aspectos entre ellos, la observación. La artista Pauline Oliveros promueve un enfoque disciplinar distinto desde el Instituto de Escucha Profunda (Deep Listening Institute).
  • [2]“El objeto sonoro es todo fenómeno que se perciba como un conjunto, como un todo coherente, y que se oiga mediante una escucha reducida que lo enfoque por sí mismo, independientemente de su procedencia o de su significado”. (Chion, Guide des objets sonores, 1983, pág. 34)

Bibliografía

  • Barba, E. [1988]. Anatomía del actor, diccionario de antropología teatral. México, Grupo Editorial Gaceta.
  • DaoYuan, S. [1935]. Jing de chuan deng lu – Records of the Transmission of the lamp. Australia,Libraries Australia.
  • Delalande, F. [1998]. Music analysis and reception behaviors: Sommeil by pierre henry. Londres,  Jounal of New Music Research.
  • Krishnamurti, J. [1979]. Encuentro con la vida, Una mente quieta. Boletín del Krishnamurti Foundation Trust de Inglaterra.
  • Schaeffer, P. [1988]. Tratado de los objetos musicales. Madrid: Alianza.
  • Smalley, D. [1986]. Spectro-morphology and structural processes. En S. Emmerson, The lenguaje of electroacoustic music. Harwood Academic.
  • Smalley, D. [1992]. The listening imagination: Listening in the electroacustic era. En T. H. R. Orton J.Paynter, Companion to Contemporany Musical Thought. London: Routeledg

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